divendres, 3 de juliol del 2015

Victoriano Gomez ante las cámaras de televisión

Llegint el llibre de Kapuscinski "La guerra del futbol y otros reportajes", vos transcric el següent text que parla d'un desconegut Robin Hood centre-americà que fou afusellat a un estadi de futbol fa prop de mig segle.
Més enllà de l'espectacle sàdic de la mort en viu, que perdura des de fa molts segles (qui sap si gairebé des de sempre), la televisió va permetre als règims augmentar el control social de la població, que veia en directe que els passava als subversius... 

El guerrillero Victoriano Gómez murió el 8 de febrero en San Miguel, una pequeña ciudad de El Salvador. Fue fusilado en el estadio, en una soleada tarde. La gente ocupaba las gradas desde la mañana. 
 Después llegaron unidades móviles de la radio y la televisión. Los operadores colocaron sus cámaras. En el césped, junto a la portería, se hallaba un grupo de reporteros gráficos. Estaba preparado todo de tal manera que daba la impresión de que de un momento a otro iba a dar comienzo un partido de fútbol. 
 Primero trajeron a su madre.La mujer, prematuramente envejecida y ataviada con ropas modestas, se sentó frente al lugar en el que iba a morir a su hijo. Durante unos instantes las gradas se sumieron en el silencio. 
Pero al cabo de breves momentos la gente se puso a hablar, a cambiar impresiones, a comprar helados y refrescos. Los que más bulla metían eran los niños que, al no caber en las gradas, se encaramaron a los árboles colindantes, desde donde tenían una buena vista del estadio. 
 Después apareció en el campo un camión militar, del que primero bajaron los soldados del pelotón de fusilamiento. Tras ellos, apareció en el césped Victoriano Gómez. Bajó de un ligero salto, recorrió con la vista las gradas y dijo en voz alta, tan alta que pudo oírlo mucha gente: 
-Soy inocente, amigos. 
 El ruido del estadio amainó, aunque no por mucho tiempo, pues enseguida se oyeron unos silbidos procedentes del palco de honor, que ocupaban los dignatarios locales. 
Las cámaras se pusieron en marcha; la retransmisión había empezado. Aquel día en El Salvador, todo el mundo pudo ver por televisión la ejecución de Victoriano Gómez. Primero Victoriano se colocó frente a las gradas, junto a la pista. 
 Pero los operadores lo conminaron a gritos para que se situase en el centro del estadio; buscaban mejor iluminación para así obtener mejores tomas. 
El comprendió sus intenciones; obedeció, retrocedió hacia el centro del campo allí –alto, moreno, veinticuatroañero- se puso en posición de firmes. Ahora, desde las gradas, sólo se veía una pequeña silueta, que era de lo que se trataba: a esa distancia, la muerte perdía su peso, su tangibilidad, su concreción: dejaba de ser muerte para convertirse en el espectáculo de la muerte. 
 Tan sólo los cámaras poseían el primer plano, ofrecían el rostro de Victoriano llenando la pantalla, gracias a lo cual la gente que lo seguía por televisión vio mucho más que la multitud congregada en el estadio. Los disparos del pelotón de fusilamiento abatieron a Victoriano y las cámaras mostraron como los soldados rodeaban el cuerpo inerte y contaban los orificios de bala. 
Llegando a contar trece. El comandante del pelotón movió la cabeza en un gesto de aprobación y enfundó su pistola. En realidad todo había acabado. Las gradas empezaron a vaciarse. La retransmisión también llegaba a su fin; los presentadores se despedían de los telespectadores. 
Los soldados se llevaron a Victoriano en el camión. Sólo su madre se quedó allí, de pie un rato más, inmóvil, rodeada por un grupo de curiosos que la contemplaban en silencio. 
No sé qué más puedo añadir. Victoriano fue un guerrillero de los bosques de San Miguel. Fue el Janosik salvadoreño. Exhortaba a los campesinos a que se apoderasen de la tierra. 
Todo El Salvador es propiedad de catorce familias de latifundistas. Un país en el que vive un millón de campesinos sin tierra. Victoriano Gómez les preparaba emboscadas a las patrullas de la Guardia Rural, un ejército privado al servicio de los terratenientes, reclutado entre los más peligrosos criminales. El terror de todas las aldeas. 
A esas gentes fue a las que Victoriano declaró la guerra. La policía le dio caza una noche, cuando vino a San Miguel para visitar a su madre. La noticia de su captura fue celebrada por todo lo alto en todas las haciendas. Se organizaron interminables festejos. 
El jefe de la policía fue ascendido y felicitado por el propio presidente. Victoriano fue condenado a muerte. El gobierno decidió vender cara esa muerte. Lo guiaban razones didácticas. 
En El Salvador hay mucho descontento, son muchos los que se rebelan. Los campesinos reclaman tierra, los estudiantes exigen justicia. 
El poder no podía desperdiciar la ocasión de montar un espectáculo que fuese una lección para la oposición. 
Para todo el mundo, para que vieran la muerte en primeros planos. Que la viera toda la nación. Que la viera y que le diera que pensar. Que viera. Que le diera que pensar.